Prepárense, porque lo que se vivió en el octágono la noche de UFC 312 es digno de ser escrito con sangre y sudor en los libros de historia de las artes marciales mixtas. Sean Strickland y Dricus du Plessis se vieron las caras en una revancha que prometía ser más que una simple pelea; prometía guerra, pura y visceral, en un combate donde dejar el corazón y la mandíbula no era una opción sino una obligación.
El mundo de la UFC nunca ha sido un lugar para almas débiles, y este evento, que se llevó a cabo el 28 de octubre en el T-Mobile Arena de Las Vegas, lo demostró una vez más. Dos guerreros entraron al octágono, conscientes de que solo uno saldría con la mano en alto, y el otro, con el amargo sabor de la derrota y el polvo de la lona en su boca.
Strickland, conocido por su estilo de pelea agresivo y su habilidad para caminar hacia adelante como un tanque de batalla, llegó con la intención de imponer su ritmo desde el primer segundo. Sus golpes, directos como un láser, buscan siempre el término del combate antes de tiempo, con una precisión circunspecta que no da lugar a distracciones. Pero enfrente, no estaba cualquier adversario. Du Plessis, el impasible sudafricano, ya sabía lo que era plantar cara al estadounidense, habiéndole arrebatado una decisión controversial en su primer enfrentamiento.
Desde el comienzo, fue un festival de estragos. Strickland, insistiendo con su juego de pie, soltó ráfagas de puñetazos combinados que buscaban penetrar la infranqueable defensa de Du Plessis. Pero el sudafricano, cual roca en mitad de una tormenta, mostró una resistencia digna de admiración, devolviendo fuego con precisos contragolpes y poniendo a prueba la temida mandíbula de Strickland.
En el segundo asalto, la estrategia de ambos peleadores se vislumbró más clara. Strickland continuó con su presión agobiante, intentando cerrar el espacio, mientras que Du Plessis aprovechó cada oportunidad para marcar la diferencia en el juego de derribo, buscando esa llave que decantara el combate a su favor. Sus intentos de llevar la pelea al suelo pusieron sobre aviso al estadounidense, que tuvo que retroceder cuidadosamente, recordando el peligro que se encuentra en una sumisión bien ejecutada.
Las estadísticas no mienten. El contador de golpes significativos fue una prueba de la intensidad vivida sobre el octágono: golpes de poder, resistencia y pura voluntad de no ceder terreno. Strickland destacó, una y otra vez, por su tenacidad y técnica refinada, pero Du Plessis, con su intrepidez característica, nunca perdió la compostura, buscando siempre el momento justo para dictar el ritmo del combate.
Al sonar la campana del último asalto, las cartas estuvieron echadas. Duró hasta el último segundo, llevándonos al borde de nuestros asientos con un encuentro que parecía imposible de predecir. Al final, los jueces dieron su veredicto: en una decisión dividida, Du Plessis se alzó con la victoria, consolidándose como un contendiente ineludible en la división.
Esta pelea no solo cambia el panorama del ranking, sino que abre las aguas para futuros enfrentamientos inevitables. Du Plessis necesita ahora un nuevo desafío, alguien que pueda llevarlo al límite, porque con su habilidad y espíritu, el cinturón no está fuera de su alcance. Strickland, por otro lado, tiene que recalibrar su estrategia y redefinir su camino hacia la redención.
Los aficionados quedaron con la boca abierta, y las pantallas, aún iluminadas, reflejaron la bravura de dos hombres que viven para pelear. Compartan su opinión, porque la historia está escrita, pero el futuro aún está por definir.